En esta sección quiero desarrollar un poco más los personajes secundarios de la novela "El Despertar de Helios”, para que se entienda desde el punto psicológico por qué hacen lo que hacen y también para contar la historia no solo desde el punto de vista de los personajes principales. ¡Ellos también tienen algo que decir!
Aquí me gustaría que me ayudarais y aquellos que hayáis leído la novela y quisierais que desarrollara alguno de los personajes o situaciones podáis pedírmelo, o bien por el mail de contacto o a través de los comentarios que podéis hacer a final de página.
Para los que no hayáis leído la novela aún y queráis leer los relatos cortos no os preocupéis, no develaré nada de la trama principal y si la leéis a posteriori conoceréis mejor las motivaciones de cada cual.
Empezaré por el sargento Boudard, es uno de los malos y por tanto el relato de porqué llega a ser como es quizás sea un poco duro ¡aunque os prometo que no truculento! ¡Espero que os guste y os animéis a pedirme más spin-off!
PD. Me hubiera gustado alojar el relato en pdf, pero he de confesar que no he conseguido averiguar cómo hacerlo a través de blogger... si alguien sabe... ¡que me ayude por favor! ;)
Sargento Boudard
Parte I
El abismo
Todo es oscuridad. No hay luz alguna, ni brillante, ni pequeña, ni blanca… ni de ninguna clase. Solo un denso negro que jamás podríais imaginar, que nunca habéis visto. La Nada es extraña, se incrusta en la piel, la noto. No os preocupéis, no duele, pero la sensación de desazón te atenaza por momentos apenas dejándote respirar… como si fuese uno de aquellos peces dejados sobre la orilla de piedra que mi padre me obligaba a mirar tras pescarlos. Él disfrutaba viendo cómo se retorcían en un inútil intento de aferrarse a la vida. No me podéis ver, pero os aseguro que estoy sonriendo al recordar lo inocente que era cuando me horrorizaba y asustaba al verlos agonizar fuera de las azules aguas del rio. Mi padre me enseñó a base de golpes, de palizas… al fin comprendí y disfruté como nadie del dolor.
No hay música, ni cantos de pájaros, ni tan siquiera gritos. El silencio es absoluto, ya no oigo ni el latir de mi corazón. Es la soledad más desgarradora que jamás haya conocido. No hay nada comparable con ella, ni tan siquiera el cuarto del sótano de nuestra casa, dónde me encerraban durante días e incluso semanas. Allí al menos escuchaba aunque lejanos, los pesados pasos de mi padre y los gritos de terror de mi madre cuando la golpeaba por cualquier excusa.
Aquí no hay nada… miento, si lo hay. El tacto es el único sentido que conservo, que me hace sentir una brizna de vida. No hace calor, todo lo contrario, el frío me aguijonea como miles de pequeños y afilados alfileres. Es intenso, cada vez más, aumenta a cada metro que me hundo en el abismo. Ya apenas siento mi cuerpo. Solo mi mente permanece clara y despierta. Es irónico, conservo la única parte de mi ser que no me hubiera importado perder.
El dolor físico soy capaz de soportarlo, pero aquí el dolor del alma es terrible. A cada metro que avanzo en La Nada se hace más insoportable, hasta tal punto que la inmensa rabia y odio que he acumulado durante tantos años han desaparecido. Fueron mi vida, la gasolina que hacía levantarme día tras día y ahora, si os he de ser sincero, no me importan en absoluto. Ya no tienen sentido para mí. Rezo por primera vez para que llegue pronto el final.
Ahora soy consciente de que he desperdiciado el tiempo que se me ha dado. He sido un completo idiota. Un monigote que creía ser alguien y que en verdad era menos que nada. ¡Soy patético! Me doy lástima a mí mismo. Ahora ya no hay vuelta atrás, no hay escapatoria ni forma de remendar lo hecho. Sólo puedo asumirlo y cargar con ello.
Me acerco al fondo, lo sé. No me pidáis que os diga cómo puedo saberlo, ¡joder! ¡Si ni tan siquiera yo sé si lo comprendo! Solo os puedo decir que lo presiento y que después de muchos años vuelvo a sentir miedo. No nos queda mucho tiempo, pronto os tendré que dejar y antes de hacerlo quiero contaros mi historia. Entendedme, no os quiero dejar un legado, ni quiero justificar mis actos, ni tan siquiera lo hago para que me recordéis, tengáis lastima u odio por mí. Disculpadme que os sea franco, pero comprenderéis que a estas alturas y en estas circunstancias lo que penséis de mi me importa ya bien poco. Solo os cuento la historia de mi vida por si os sirve de algo, es lo único bueno que con toda probabilidad vaya a hacer desde el día que nací. El que saquéis algo de ella ya es cosa vuestra. Respondo al nombre de Nicolás Boudard y en breves instantes llegare al infierno.
Mi infancia
Ahí es cuando empezó todo, no sé si siempre fui así o me crearon. Si cada uno es fruto de sus decisiones y el libre albedrio o si ya estamos programados. Algunos hablan de que existe el gen del mal, siempre me he preguntado si yo lo tendría, otros que los únicos responsables de nuestros actos somos nosotros mismos. Yo no lo sé, no soy ni médico ni filósofo, juzgad vosotros.
Empiezo a sentir el frío del invierno, intenso y despiadado. Mi mente vuelve hacia atrás en el tiempo. Me resisto. Aún siento pavor de mi infancia, desearía que jamás hubiera existido y hasta hoy, aquellos recuerdos los he guardo en una caja fuerte en lo más profundo de mi mente. Pero algo me obliga a desempolvar las viejas carpetas que narran mi existencia como niño, no puedo resistirme. ¡Seas quien seas eres cruel por hacerme recordar! - grito desesperado, pero el silencio es la única respuesta. En contra de mi voluntad, el vacío que me acompaña en mi caída se ha visto reemplazado por la habitación de nuestra antigua casa familiar en un pequeño pueblo del Pirineo. Vuelvo a ser un niño.
Me acurruco en la sábana que tengo como única tapa, papá no quiere que sienta calor. Dice que las penalidades me harán más fuerte, un hombre de verdad, al igual que los golpes… lo hago por tu bien, el día de mañana me lo agradecerás – me ha repetido una vez más esta mañana. No sé, supongo que será así… ¡es mi padre! ¿En quién voy a confiar si no? Pero lo único que siento es hambre y dolor en cada uno de los moratones que llevo en la espalda. Pero supongo que lo merezco, siempre estoy decepcionándole. No soy el niño fuerte que el desearía y si supiera lo que le haría cada vez que discute con mamá… quizás ya no estaría aquí.
- ¡Que vengas aquí joder! – resuena en la habitación de al lado, ese es mi padre.
- No por favor, Pierre… - suplica la voz de mi madre.
- Te he… dicho… ¡Que vengas!
Me tapo la cabeza con la sábana, los oídos con las manos. Mis dientes chirrían de miedo. No puedo evitar empezar a temblar y me meo de nuevo en la cama. Eso me valdrá una buena paliza si mi madre no consigue evitar que papá se entere. Lo que va a ocurrir en la habitación de al lado es una escena que oído y visto demasiadas veces. Ya sé de memoria que es lo que sigue a continuación. No quiero saberlo, no quiero oírlo.
Los golpes y alaridos hacen su aparición, pero algo es diferente. La puerta de la habitación de Adèle, mi hermana mayor, se ha abierto y el pomo ha golpeado con fuerza en la pared que comparten nuestras habitaciones. No la veo. No me hace falta para saber que está furiosa.
- Por Dios hermanita, no lo hagas, no – suplico en un susurro.
Ella siempre ha sido el ojito derecho de papá. Nunca la ha tocado en sus catorce años aunque ella le ha hecho frente en más de una ocasión. Hasta ahora Pierre, mi padre, la ha mantenido a raya con gritos y amenazas. Supongo que la respeta porque siempre ha demostrado agallas, no como yo. Me gustaría ser como Adèle. Soy un cobarde sin arrestos para defender a mamá. No soy ingenuo, sé que sólo tengo siete años y nada que hacer contra un hombre tan corpulento como papá, pero envidio que mi hermana al menos lo intente. Quizás así Pierre estaría orgulloso de mí ya que a pesar de que ella lo desafía, él la quiere, a mí no. La odio.
- ¡Cabrón malnacido! ¡Deja a mamá en paz o te juro que te mato! – la oigo gritar.
- ¿Ah sí? ¿Qué crees que vas a hacer con ese cuchillito Adèle? – Pierre se ríe de ella-. ¡Vamos! ¡A ver si tienes los cojones que le faltan a tu hermano! ¡Trata de clavármelo! – la desafía.
No lo hagas, no lo hagas – le suplico desde mi pequeño castillo de lino y poliéster. Te matará – le advierto en un susurro. Pero mi hermanita nunca me escucha, nunca me hace caso. Grita y me la imagino abalanzándose contra él. Rezó para que tenga éxito y haga lo que yo no tengo valor para hacer: librarnos de papa…
He oído la bofetada como si me la hubieran dado a mí. El rodar de Adèle por el suelo y el sonido metálico del cuchillo al caer sobre el suelo me hacen comprender que ha fallado. Lloro. Nunca hemos vivido algo así y descubro que el no saber qué va a pasar me aterra más que todo lo malo que sé que va a suceder.
¿Qué ha sido eso? Un quejido seguido por un alarido me desconcierta y hacen que mis lágrimas se sequen. ¿Ese era papá? – me pregunto. Oigo unos jadeos que poco a poco se convierten en un alarido inhumano que me aterra. La voz es femenina y solo puede ser la de mi madre, pero no la reconozco. Ella siempre habla en susurros, con temor de molestar a mi padre. Creo que es la primera vez que la oigo chillar.
- Mama… - esa es Adèle, luego nada.
La voz de mi padre permanece en silencio, estoy desconcertado. A estas alturas la casa ya debería estar llena de quejidos de dolor y de las palabrotas de mi padre. Algo ha cambiado. Un golpe seco hace que brinque en el interior de las sábanas. Pero esta vez la curiosidad y el que siga sin oír a papá hacen que reúna el valor de salir de mi escondrijo y me ponga de pie. El golpe se vuelve a repetir un par de veces más, con un ritmo pesado y siniestro.
Pongo la mano sobre el picaporte con mi corazón latiéndome a mil por hora. Mi cabeza me martillea tratando de que vuelva a la cama: “No te metas en líos, por una vez la cosa no va contigo. Por favor, por favor, no vayas, papá te hará daño” – trato de auto convencerme, pero por una vez consigo encontrar el valor suficiente para dar un paso hacia adelante. Abro la puerta y me dirijo hacia la habitación de mis padres, camino despacio. Si os soy sincero no las tengo todas conmigo y no sé si me merece la pena continuar.
Pum… pasan unos segundos y de nuevo oigo ese horrible pum… los golpes se han adueñado de la casa, no consigo escuchar ni un solo susurro, ni una sola voz. Tengo miedo y la calidez que empapa mi pantorrilla me dice que me vuelto a hacer pipí. Todo ya me da igual, sigo dando mis pequeños pasos. Pum… pum… Ese sonido es escalofriante pero no me detiene, llegó al dormitorio de los papás, me paro unos segundos diciendo si debo mirar o no. ¿Qué más da? Ahora ya he llegado hasta aquí. Doy un pasito más y miro en el interior de la habitación.
Mi madre está de pie, como una estatua y con la mirada pedida en no sé dónde. Sabe que estoy aquí, se ha girado hacia mí, pero sus ojos no me ven. Es como si fuera invisible. El pelo, que siempre lleva recogido en un moño, ahora le cae desordenado sobre el rostro. Pero no consigue ocultar el moratón que empieza a asomarse en su ojo izquierdo. Esa imagen de mi madre es la única que recordaré de ella el resto de mi vida. A sus pies está Adèle, de rodillas junto a un bulto que no consigo identificar. Es mi hermana quien provoca los ruidos rítmicos con una de las lámparas de bronce de la mesita de noche al golpearla contra… papá.
Ahora lo veo todo. Su inconfundible camisa a cuadros, sus botas de militar… Sé que es él, pero no lo reconozco. Su cabeza es un amasijo de… se parecen a las tripas de los animales que despelleja papá tras cazarlos, pero no os lo podría jurar pues todo está lleno de sangre. Adèle deja caer la pesada lámpara sobre el suelo, la cual rueda hasta chocar sobre una de las patas de madera de la cama.
- Mi tete, mi querido Nicolás. ¡Oh Dios, oh Dios…! – se espanta al ver a papá muerto delante de ella y sus manos llenas de sangre.
Corre hacia mí, me coge de la mano y me lleva hacia mi habitación.
- No deberías haberlo visto, no deberías haberlo visto… - me repite sin cesar.
Sé que está preocupada, pero no tiene porqué. No me he asustado al verlo muerto, no me dan miedo los cadáveres. He visto muchos a pesar de que solo tengo siete años, aunque eso sí, solo de animales. Pierre Boudard hizo un buen trabajo. Tampoco sé porque me abraza, no necesito consuelo, no siento ni una pizca de tristeza. Quizás lo necesite ella me resigno levantando los hombros y dejando que lo haga aunque no me gusten las muestras de cariño. Eso también es obra de papá.
- Mi indefenso hermanito. Ya paso todo. Nunca más te hará daño, yo cuidaré de ti.
Ese fue el momento en el que decidí odiarla por el resto de mis días. Su condescendencia aún me lacera el alma. El que me arrebatara la venganza, el que fuera ella quien tuvo primero los arrestos de enfrentarse a él, el que ella fuera fuerte y yo débil, el que me tratara como al hermanito pequeño que era… o quizás fue el que mi madre no supiera protegernos, el que no supiera defenderse de su marido, o las palabras despreciándolas mezcladas con palizas que día tras día mi padre me introducía a sangre y fuego, o yo mismo y el desprecio por mí mismo cuando fui consciente de que no era capaz de valerme solo, el depender de ellas… o quizás todo junto, no lo sé, fue lo que hizo que desde ese día odiara a las mujeres.
Vuelvo del pasado hacia la oscuridad. Empieza a desdibujarse la imagen de Adèle lavándonos en la bañera la sangre de papá. Las luces de la policía a la puerta de la casa parecen muy lejanas. Apenas veo ya la figura de mamá siendo arrastrada hacia el exterior. La última vez que la vi con vida… años más tarde sabría que al poco murió en prisión. Quizás si hubiese permanecido a mi lado mi vida habría sido otra. Durante décadas la desprecie por abandonarme una vez más, ahora comprendo que fui un necio y que ese fue su último acto heroico: cargar con la muerte de Pierre Boudard y proteger a su hija. Es triste comprender solo al final del camino que tu madre en verdad siempre te quiso.
Llega la oscuridad y deseo abrazarla con todas mis fuerzas, quiero que esto acabe de una vez por todas. Además sé lo que viene a continuación, el orfanato, las casas de acogida… No, no me hagáis pasar por eso…os lo ruego. No lo soportaría una vez más… La Nada me envuelve de nuevo, al menos recibo un poco de compasión. Que equivocado estoy, así como ha llegado, vuelve a irse. ¡No, la señora Dupont no, por lo que más queráis! – suplico sin saber a quién, no quiero recordar a los hombres a los que esa arpía me vendía. Tengo suerte, caigo sobre la tierra húmeda, no en el sucio y frío suelo de un apartamento de Burdeos. El olor a hierba y a bosque húmedo me embriaga. El sonido de la selva me reconforta, estoy en África y aquí es dónde al final nació el monstruo en el que me convertí.
Parte II
El Congo, 2010
Las figuras de mis antiguos camaradas se materializan de la nada junto a mí. Sé que esto no es real, que solo está en mi imaginación, pero me da igual. Todos son un atajo de cabrones pero los siento como mi familia, que coño ¡lo son! Además, ¿acaso no soy como ellos sino peor? Fue una suerte toparme con aquel juez cuando la poli me trincó por la paliza que le di a aquel tipo. Ese don nadie tendría que haber agachado las orejas si no era capaz de defender a su chica. Pero no, tenía que hacerse el gallito por una palmadita al culo… además la tía me había echado esa miradita y la verdad que no me extraña con la “muñequita” que tenía por novio. Pero la muy cabrona se había hecho la estrecha y tuve que poner en su sitio a aquel imbécil.
Vale, lo reconozco, quizás me pase. Lo envíe dos meses al hospital, pero cada vez me costaba más controlarme y el alcohol no ayudaba. En aquellos días mi vida se desmoronaba y la bebida era mi único consuelo. Iba de trabajo en trabajo, siempre surgían más que palabras con algún listillo y de todos acababan echándome. El malvivir en un apestoso apartamento de las afueras no me ayudaba a controlar la ira que me carcomía por dentro.
Un mes antes del juicio fue la primera y última vez que vi a mi hermana tras lo de papá. Aquella maldita santurrona se había enterado de mi altercado y quería prestarme dinero para pagarme un abogado. ¿Os lo podéis creer? Vino hecha un pincel, al parecer se había hecho psicóloga o psiquiatra, qué más da. La vida le sonreía como siempre, mientras que a mí sólo me daba palos. Le dije que se metiera su dinero y su ayuda por donde le cupiesen. El trauma no superado de la infancia a buen seguro que pensó mi hermanita. Joder, como la odiaba. Ahora sé que fui un estúpido, en ese hoyo me metí yo solito. Mi arrogancia y soberbia hicieron el resto. El no aceptar la mano de quien me la ofrecía para ayudarme a salir fue mi mayor error. Ella no tuvo la culpa ni de las palizas de papá, ni de mi penosa existencia o de mis continuos fracasos con las mujeres. El problema siempre estuvo en mi cabeza.
En el juicio llegó lo inevitable: me condenaron. Logré evitar la prisión gracias a la Legión, a la que me enrolé a cambio de condonar mi pena sin pensármelo dos veces. Si algo tenía claro es que no iba a pisar una cárcel. Allí encontré mi hogar. El entrenamiento era duro y en un principio calmó mis ánimos, por la noche me pesaban hasta los párpados. No podía pensar en nada más que no fuera meterme en el camastro y dormir. Luego el cansancio físico no fue suficiente y la frustración volvió a dominar mi vida, mis nuevos camaradas no ayudaban a que la controlase, más bien lo contrario. Recuerdo con una sonrisa nuestras peleas en los bares, sí señor, ¡abrimos unas cuantas cabezas! Era una época feliz. Por primera vez me sentí entre iguales, todos por una razón u otra “cojeábamos” del mismo pie y nuestro pequeño pelotón cogió fama de pendenciero y peligroso. Éramos los más duros de la Legión y eso, os aseguro que es decir mucho.
La espiral de violencia en la que nos metimos fue creciendo y ya no sólo en bares fuera de la base. Nos convertimos en un verdadero problema para el ejército… y en una oportunidad. Nuestra “popularidad” llegó a oídos de las altas esferas, nos necesitaban para “trabajos especiales”, ya sabéis, de esos que no salen en los medios de comunicación y que nunca han sucedido. Nos sacaron de la Legión y nos convertimos en los matones del gobierno en la “Franç-Afrique”. Estuvimos en operaciones encubiertas en Mali, Costa de Marfil, Senegal… allí dimos rienda suelta a nuestro lado más salvaje… aquellos subidones de adrenalina tras los que conseguía encontrar un momento de paz interior al descargar tanta rabia acumulada eran pasajeros, cada vez necesitaba con más antelación un nuevo chute de violencia. Nadie del Eliseo nos dijo nunca nada sobre nuestros excesos. Lo único que importaba eran los resultados, pero todo eso cambio tras nuestra última misión en El Congo, a donde me han obligado a regresar.
- Boudard, céntrese. Estamos llegando al objetivo – le pide Feraud de malos modos.
- Sí señor – me callo el insulto que me ha venido a la cabeza.
Esta misión está gafada. En la última nuestro enlace de los servicios secretos fue herido, entonces ya tuve un mal presagio. Un gran tipo Caillou, él iba a lo suyo y nosotros a lo nuestro, pero este nuevo… Desde el primer segundo que lo vi con aquellos aires de superioridad, supe que nos metería en problemas y no me equivoqué.
- Shh chicos, el objetivo está a unos cien metros, en aquel claro – nos susurró el sargento-. Nos desplegaremos en abanico cubriendo los cuatro puntos cardinales, si no tiene inconveniente – miró desafiante al agente secreto.
- La táctica es cosa suya, pero hagan su trabajo – le respondió con desdén-. Quiero que arrasen este campamento.
Al menos va a dejarnos hacer nuestro trabajo. Allí no hay menos de treinta o cuarenta guerrilleros y cualquier error puede costarnos la vida a más de uno de nosotros. Aquellos futuros cadáveres han debido molestar a algún pez gordo de París y mi instinto me dice que esta misión no tiene nada que ver con los intereses de Francia. El cotlan, que por lo que me han dicho vale mucho dinero para las empresas tecnológicas, está de por medio. Estos de ahí enfrente deben estar quitándole el negocio a alguna de nuestras empresas que tiene buenos amigos dentro del gobierno. O a los que ha comprado. Si de esta vida tengo alguna certeza es que el dinero lo envilece todo.
¿Pero qué más da? En el fondo sé que soy un asesino, este trabajo me permite matar de forma legal, me pagan y doy gracias por ello. Lo demás me importa bien poco. Nos han elegido porque somos fríos, casi robots sin alma. Un pelotón de verdugos: ejecutamos y nos vamos, sin remordimientos, sin preguntas.
Esta vez me ha tocado quedarme con Giffard, es un loco enamorado de su enorme ametralladora pesada FN Minimi. Menudo nombre para un arma de fuego. Es un gran bebedor capaz de tumbarnos a todos uno a uno, pero muy profesional en su trabajo. Me cae bien aunque durará poco si sigue metiéndose tanta coca por la nariz. Me sonríe, está ansioso por apretar el gatillo y matar a unos cuantos, le comprendo, yo me siento igual. Le hago un gesto de complicidad.
Estamos pendientes de la radio, aquel petulante de los servicios secretos pronto dará la orden de atacar. Entonces el sargento lanzará las bombas con el pequeño mortero y…
- Fuego – se oye en la radio, acompañado de un ligero chisporroteo.
El infierno se desata sobre el campamento enemigo. Mientras mato al guarda que vigila mi lado, las tres chozas vuelan una detrás de otra. Se oyen quejidos y gritos de sorpresa. Los guerrilleros salen desconcertados a mitad del patio central. Mala elección. Giffard los barre con su Minimi. Todo termina en escasos minutos. Solo los lamentos de los heridos rompen el silencio, la naturaleza calla ante tanta barbarie.
- Bajamos, con cuidado – ordena el sargento Aoun.
Mi compañero y yo descendemos desde la colina en la que nos habíamos apostado. Estamos atentos, no queremos que nos sorprenda algún superviviente. Pasado mañana tenemos preparada una gran juerga con alcohol y putas, como tras cada misión completada con éxito. Hay tres heridos en mitad de la explanada. Nos aseguramos que no quede nadie con vida en las cabañas derruidas. Tenard, nuestro dinamitero, ha encontrado a otro medio muerto en el interior de una de ellas. Lo arrastra sin piedad sobre la arena, miro la escena sin sentir nada por el herido.
- ¿Y bien? – el sargento quiere que el espía tome la decisión de qué hacer con esos custro hombres.
- Hay que interrogarlos y sacarles información. Este es sólo un pequeño campamento de paso que recoge el mineral extraído de la mina que explotan a diez kilómetros de aquí. Su jefe se mueve constantemente y es difícil de localizar. Nos interesa conocer todo lo que podamos de él: sus escondrijos, sus costumbres. Y hemos de hacerlo rápido, la explotación no está lejos y quizás hayan oído nuestro ataque a pesar de estas montañas.
El sargento saca su pistola, pone la boca del cañón contra la sien del prisionero más joven y dispara. Yo ni me inmuto, ya son muchos los cadáveres los que llevo a ms espaldas, ¿qué importa uno más? No os dejéis engañar por su edad, no más de diecisiete, ese era un cabrón de primera. Tendríais que ver como tratan a los que utilizan como esclavos para sacar el cotlan, no son ningunos santos os lo aseguro. Ese que yace ahora ahí habrá matado, pegado, torturado y violado a más de los que podríais contar sin vomitar.
- ¿Pero qué coño…? – el finolis de París aún no puede creer lo que acaba de suceder.
- ¿No quiere que canten rápido? Pues es la única solución, no me venga con escrúpulos ahora cuando nos hemos cargado a más de veinte de los suyos hace unos minutos.
- ¡Pero una cosa es un acto de guerra y otra una ejecución sumaria!
La nenaza chilla como cerdo y casi ni se le entiende. Todos nosotros nos sonreímos, el sargento Aoun no. Sin pensarlo dos veces ejecuta al hombre herido que ha arrastrado Tenard hasta nuestros pies.
- ¡Haga su trabajo, interróguelos de una puta vez! – le grita el sargento. – O le juro por Dios que me los cargo uno detrás de otro y luego empiezo con usted– le amenaza.
Sin pensarlo más hace su trabajo. Giffard y Tenard se despliegan para asegurar la zona, llevamos quietos demasiado tiempo. Debemos acabar el trabajo cuanto antes y largarnos de allí. Cinco minutos después Feraud por fin ha terminado, tal y como cabía esperar han cantado de plano y ya tiene la información que los mandamases necesitan. El sargento, que de facto ha asumido el control del grupo, se gira para llamar a nuestros dos hombres. No hace falta, los veo caminar hacia nosotros ¿Quiénes son los que le acompañan?
- Mire sargento lo que hemos encontrado en un agujero excavado en el suelo – grita Giffard.
Viene con un hombre blanco y una mujer de color. Joder, he de reconocer que desde que asignaron a Diouf a nuestro equipo soy incapaz de llamarlos negros. Mi camarada ha hecho que hasta les tenga aprecio, el tío me ha salvado el culo un par de veces, es lo menos que puedo hacer. El hombre resulta ser un problema. Es un periodista inglés que estaba haciendo un reportaje sobre el tráfico del preciado metal y que esa cuadrilla de salvajes capturó. A juzgar por su aspecto no lo ha debido de pasar muy bien, ya os he dicho que no son angelitos, creedme.
Todos nos hemos fijado como ha mirado los dos prisioneros ejecutados. Su mirada reflejaba horror. Eso no es bueno para tu salud chaval. Apuesto mi mano derecha a que el sargento no va a permitir que salgas de esta para que publiques un artículo vomitando mierda sobre nosotros. No, no lo permitiremos y si el sargento no tiene cojones…
Tres tiros resuenan en la selva, el periodista y los otros dos prisioneros ya no pertenecen al mundo de los vivos. Sabía que no me defraudaría. El espía permanece con la cabeza gacha, no protesta. La chica está temblando pero muestra agallas y no suplica. Es guapa, lo reconozco, pero no podemos dejar ningún testigo vivo. Aoun se prepara pero Tenard lo detiene.
- ¡Vamos sargento! ¡Déjenos disfrutar de ella antes! Sería un desperdicio…
- Joder Aoun, esto no… - protesta tímidamente Feraud.
- ¿Para qué cree que la usaban? – le responde-. Usted será el primero y sus deditos apretarán el gatillo. Así nos aseguraremos todos de que cuando volvamos su boquita estará cerrada.
- ¿Y si me niego…?
- Una desgracia imprevista de la misión – levanta sus hombros mientras todos apuntamos nuestras armas contra Feraud.
Lo que viene a continuación os lo podéis imaginar. Allí, en mitad de la selva de El Congo, perdí el último rastro de humanidad que me quedaba.
Continuará...
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