Ya hace tiempo que me preocupa y de forma seria la deriva ética y moral que está tomando la humanidad, pero un hecho que me ha sucedido esta semana me ha decido a escribir un artículo sobre el tema. No me entendáis mal, no estoy hablando de moral religiosa o de una posición política. La inmoralidad y la falta de ética campa a sus anchas por estas tierras y las lejanas, a derecha, a izquierda y por el centro. No es eso de lo que estoy hablando, si no de la deriva que está tomando los valores de convivencia y respeto entre nosotros: las supuestas personas. El hecho en sí trata de la falta de consideración a lo que nos rodea, la falta de asunción de responsabilidades de los actos de cada uno en el día a día, la falta de un mínimo de empatía hacia los demás. Algo que por desgracia cada vez más es la norma.
Pero vayamos al grano, el hecho es que por donde vamos pasear hay un grupo que se suele juntar dejando a sus perros sueltos en un campo baldío bastante amplio para que jueguen. Hasta aquí todo normal ¿verdad? Cuando uno se entera de que a dicho grupo lo han ido echando de diferentes sitios la cosa empieza a ser sospechosa, algo huele a podrido en Dinamarca piensa cualquiera que tiene dos dedos de frente. Bien, si se tiene un poco de empatía por los demás, ya sabéis, eso de ponerse uno en el lugar del otro, la cosa comienza a cambiar cuando uno ve que los dueños dejan que los perros pateen los campos de los agricultores sin inmutarse. Y a ponerse fea cuando esos perros muerden al tuyo. Bien, piensas, quizás lo ha marcado y ya está, pero claro, el tuyo no es el único que ha recibido dentellada, es uno de muchos. Luego oyes que esos perros ya han matado un par de gatos y un conejo de la huerta y sus dueños, que no saben o no quieren educar y/o controlar sus perros, los siguen soltando sin bozal. Antes de seguir he de aclarar para quien no me conozca, que yo también tengo un perro en mi familia. Sigamos, aclarado que yo soy amante de los perros. Bien, la gota que colmó el vaso fue el otro día cuando en nuestra presencia dos de esos perros se abalanzaron sobre un gatito de dos meses, sus dueñas no fueron capaces de controlarlos. A todos nos puede pasar una vez, que nuestro perro nos pille de sorpresa, pero dos no. A eso se llama como poco irresponsabilidad. Sabiendo que su perro ataca a los animales de la huerta y que lo ha hecho en más de una ocasión, que muerde a otros perros, que entra en los campos sin obedecerte destrozando el trabajo duro de incluso muchas semanas... Cualquiera con dos neuronas o no dejaría a su perro libre en ese lugar o al menos le pondría un bozal.
No quiero que sufráis, el gatito recibió una buena paliza de los dos perros pero está en casa y está bien, recuperándose. El hecho es que al recriminarles el acto de sus perros, su contestación fue: "Es su naturaleza, no se puede hacer nada". ¿Su naturaleza? ¿No puedo hacer nada? Espero que me comprendáis. Sí, podéis hacer alguna cosa, comprar un cuarto de neuronas en el mercado, una pizca de compasión, otra de sensatez y convertiros en personas normales. Mi mujer en un arrebato de valentía arrancó al gatito de las patas de dos perros enormes (de los catalogados peligrosos), lleno de barro y malherido. La respuesta de las dueñas fue: "Déjalo, ya estará reventado". Ni se iban a molestar a ver si el animal vivía, ni a hacer nada al respecto, a reparar el daño que habían causado unos animales que ellas eran incapaces de controlar. Eso sí, decían estar afligidas, tan afligidas que a los 20 minutos estaban sentadas en la terraza de un bar tomándose unas cervezas... En efecto el gato hubiera muerto si no lo hubíeramos recogido y llevado al veterinario. Al día siguiente volvimos con la factura del médico, una de ellas se prestó a pagar parte pero negándose a controlar a su perro y a ponerle al menos un bozal, la otra toda bravucona encima se puso agresiva. Desde luego no esperábamos otra cosa, ¿qué se puede esperar de alguien así? Muchos os habréis imaginado en vuestra mente que estas dos "personas" son lo que se denomina actualmente "unas chonis". Os equivocáis y de lejos. No eran precisamente ningunas jovencitas. La mala educación y la falta de empatía no tienen edad.
Muchos querréis saber cómo acaba la historia, pero para conocer el final deberéis esperar un poco más, pues quiero usar esta desagradable experiencia para reflexionar en que se está convirtiendo esta humanidad y que podemos hacer cada uno de nosotros al respecto... si es que queremos que esto cambie a un mundo mejor. Este por desgracia, no es un caso aislado. Todos hemos sufrido y visto al idiota que acelera para no dejarnos cambiar de carril, al que va a 80 por el carril de la izquierda, al que ve a un anciano o una embarazada y no le cede el asiento en el autobús, al que no ayuda a sus vecinos, al que se cree que puede hacer lo que le dé la gana en su casa o en la calle y piensa que los demás hemos de tragar con sus ocurrencias, a los vendedores y a las ofertas engañosas de muchas empresas, el faltar continuo a la palabra dada, la ausencia del sentido de la honorabilidad, los padres que malcrían a sus hijos convirtiéndolos en pequeños tiranos a los que se les permite cualquier cosa, el no asumir ninguna responsabilidad de los actos que realiza uno mismo, la falta de humildad para rectificar y/o pedir perdón cuando uno se equivoca...
La mala educación y la mediocridad corren alegre y feliz entre la humanidad a lo largo y ancho del planeta. En esto hemos ido hacia atrás pues sin duda la sociedad de principios y mediados del siglo pasado era mucho más educada y respetuosa con sus vecinos. Sí, el siglo XX fue muy violento, pero... ¿acaso no lo está siendo el XXI? Y de nuevo quiero recalcar que no estoy hablando de los estados, si no de la convivencia y respeto entre personas en el día a día. Lo otro por desgracia tiene poco arreglo, ninguno si no empezamos a cambiar nosotros, los ciudadanos de a pie. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Es bien sencillo, la sociedad que estamos montando está alimentando el monstruo que llevamos dentro: el superego. Sí nos atenemos a la publicidad con la que se nos bombardea desde todos los ámbitos, se pretende crear centenares de millones de mini dioses: cada uno de nosotros. Solo importas tú y tus necesidades, el que seas el más guapo, el más rico, el más... Se alimenta el hedonismo humano, ya de por sí desmedido y causante de todos nuestros males como especie. Se está perdiendo a pasos agigantados el sentido de pertenencia a una comunidad, el de ser parte de un todo, ese sentido que nos ha permitido prosperar desde la prehistoria hasta hoy en día. Y aquí de nuevo es inevitable que haga referencia a la política: No creo en el liberalismo que defiende la individualidad y el que "cada uno se apañe como pueda", tampoco en la disolución completa del individuo que pretendió el marxismo... Como siempre el refranero, tan sabio, nos da la solución: "En el medio está la virtud". Europa occidental lo había conseguido, pero sus valores de respeto y convivencia se están perdiendo.
Vamos mal, muy mal. Hemos convertido la libertad en libertinaje, la sociedad está cada vez más estresada y por tanto cada vez es más violenta. Y no, no creo que sea por el trabajo, ¡por Dios que nuestros abuelos trabajaban 12 y 14 horas por un sueldo que solo les permitía subsistir! ¡Eso sí que era estresante! La sociedad languidece porque hemos permitido que los irrespetuosos, los maleducados, tomen el control, que no se avergüencen de sus actos, los cuales hasta los vemos como normales. Porque la buena gente, la educada: callamos y no hacemos nada. No, no es cuestión de gobiernos ni de grandes planes, es cuestión nuestra, de recuperar la educación y el respeto a los demás en la mochila de nuestros valores ¿Acaso no nos iría a todos mucho mejor si dejásemos cambiar de carril a ese coche de delante? ¿Nos cuesta mucho abrirle la puerta a un anciano? ¿Cederle a una mujer embaraza el asiento? ¿Pensar antes de hacer cualquier cosa en molestar lo menos posible a los vecinos? ¿En no ensuciar la calle? ¿En tener cuidado en que hacen nuestros hijos o mascotas? ¿En mostrar una sonrisa o ser amable con los dependientes? Esos pequeños gestos, sumados uno a uno quizás hagan que muchas personas, en vez de irse a la cama cabreadas y estresadas, lo hagan tranquilas, que cuando lleguen a su trabajo lo hagan de buen humor, y que lleguen en ese mismo estado cuando lleguen a casa. Para eso hemos de empezar a ser amables con los demás e intransigentes con los zafios y descerebrados que pululan alegremente por las calles de nuestras ciudades. Mi mujer y yo vamos a dar ese paso para tratar de empezar a cambiar nuestro entorno, les dimos la oportunidad de reparar el daño causado, de hacerse responsables de sus actos, de cambiar. No quisieron y respondieron de malas maneras y con la soberbia de quien se cree impune. Las hemos denunciado por sus actos. Debemos empezar a obligar a los maleducados e irresponsables a aprender civismo por las buenas o por las malas si queremos que esto no se nos vaya de las manos.
Muchos querréis saber cómo acaba la historia, pero para conocer el final deberéis esperar un poco más, pues quiero usar esta desagradable experiencia para reflexionar en que se está convirtiendo esta humanidad y que podemos hacer cada uno de nosotros al respecto... si es que queremos que esto cambie a un mundo mejor. Este por desgracia, no es un caso aislado. Todos hemos sufrido y visto al idiota que acelera para no dejarnos cambiar de carril, al que va a 80 por el carril de la izquierda, al que ve a un anciano o una embarazada y no le cede el asiento en el autobús, al que no ayuda a sus vecinos, al que se cree que puede hacer lo que le dé la gana en su casa o en la calle y piensa que los demás hemos de tragar con sus ocurrencias, a los vendedores y a las ofertas engañosas de muchas empresas, el faltar continuo a la palabra dada, la ausencia del sentido de la honorabilidad, los padres que malcrían a sus hijos convirtiéndolos en pequeños tiranos a los que se les permite cualquier cosa, el no asumir ninguna responsabilidad de los actos que realiza uno mismo, la falta de humildad para rectificar y/o pedir perdón cuando uno se equivoca...
La mala educación y la mediocridad corren alegre y feliz entre la humanidad a lo largo y ancho del planeta. En esto hemos ido hacia atrás pues sin duda la sociedad de principios y mediados del siglo pasado era mucho más educada y respetuosa con sus vecinos. Sí, el siglo XX fue muy violento, pero... ¿acaso no lo está siendo el XXI? Y de nuevo quiero recalcar que no estoy hablando de los estados, si no de la convivencia y respeto entre personas en el día a día. Lo otro por desgracia tiene poco arreglo, ninguno si no empezamos a cambiar nosotros, los ciudadanos de a pie. ¿Cómo hemos llegado aquí?
Es bien sencillo, la sociedad que estamos montando está alimentando el monstruo que llevamos dentro: el superego. Sí nos atenemos a la publicidad con la que se nos bombardea desde todos los ámbitos, se pretende crear centenares de millones de mini dioses: cada uno de nosotros. Solo importas tú y tus necesidades, el que seas el más guapo, el más rico, el más... Se alimenta el hedonismo humano, ya de por sí desmedido y causante de todos nuestros males como especie. Se está perdiendo a pasos agigantados el sentido de pertenencia a una comunidad, el de ser parte de un todo, ese sentido que nos ha permitido prosperar desde la prehistoria hasta hoy en día. Y aquí de nuevo es inevitable que haga referencia a la política: No creo en el liberalismo que defiende la individualidad y el que "cada uno se apañe como pueda", tampoco en la disolución completa del individuo que pretendió el marxismo... Como siempre el refranero, tan sabio, nos da la solución: "En el medio está la virtud". Europa occidental lo había conseguido, pero sus valores de respeto y convivencia se están perdiendo.
Vamos mal, muy mal. Hemos convertido la libertad en libertinaje, la sociedad está cada vez más estresada y por tanto cada vez es más violenta. Y no, no creo que sea por el trabajo, ¡por Dios que nuestros abuelos trabajaban 12 y 14 horas por un sueldo que solo les permitía subsistir! ¡Eso sí que era estresante! La sociedad languidece porque hemos permitido que los irrespetuosos, los maleducados, tomen el control, que no se avergüencen de sus actos, los cuales hasta los vemos como normales. Porque la buena gente, la educada: callamos y no hacemos nada. No, no es cuestión de gobiernos ni de grandes planes, es cuestión nuestra, de recuperar la educación y el respeto a los demás en la mochila de nuestros valores ¿Acaso no nos iría a todos mucho mejor si dejásemos cambiar de carril a ese coche de delante? ¿Nos cuesta mucho abrirle la puerta a un anciano? ¿Cederle a una mujer embaraza el asiento? ¿Pensar antes de hacer cualquier cosa en molestar lo menos posible a los vecinos? ¿En no ensuciar la calle? ¿En tener cuidado en que hacen nuestros hijos o mascotas? ¿En mostrar una sonrisa o ser amable con los dependientes? Esos pequeños gestos, sumados uno a uno quizás hagan que muchas personas, en vez de irse a la cama cabreadas y estresadas, lo hagan tranquilas, que cuando lleguen a su trabajo lo hagan de buen humor, y que lleguen en ese mismo estado cuando lleguen a casa. Para eso hemos de empezar a ser amables con los demás e intransigentes con los zafios y descerebrados que pululan alegremente por las calles de nuestras ciudades. Mi mujer y yo vamos a dar ese paso para tratar de empezar a cambiar nuestro entorno, les dimos la oportunidad de reparar el daño causado, de hacerse responsables de sus actos, de cambiar. No quisieron y respondieron de malas maneras y con la soberbia de quien se cree impune. Las hemos denunciado por sus actos. Debemos empezar a obligar a los maleducados e irresponsables a aprender civismo por las buenas o por las malas si queremos que esto no se nos vaya de las manos.
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