Este es uno de los grandes temas del pasado, del
presente y del futuro. Algo que nos afecta directamente como sociedad y que
cada vez más, si la ciencia no lo remedia, será “El gran tema”, pues la mayor
parte de la sociedad occidental será anciana en muy pocas décadas. Es un tema lleno
de supuestos, tabúes y mitos de todo tipo, de los cuales quiero hablar en este
artículo, pues la vejez ha sido el centro de mi vida durante los últimos diez
años, en los cuales he tenido que cuidar y hacerme cargo junto a mi mujer, de
dos personas ancianas que por desgracia ahora ya no están. Creo que es una
experiencia vital, que como tantas otras cosas, deberían enseñarnos a afrontar
y comprender en la escuela, como a cuidar de un niño, pues no es nada fácil
para quien la tiene que abordar.
Es esencial comprender antes de empezar, cómo es
la naturaleza de la vejez. Estos años me han enseñado que los ancianos se
comportan, al igual que los niños, de un modo diferente al de una persona
adulta pero aún joven o madura: su visión del mundo, su manera de reaccionar
ante los sucesos del día a día, de la vida, su forma de ser está marcada muy
profundamente por las experiencias vividas… y sobre todo por el mayor de los
factores: su edad. Muchos pensaréis que no se puede generalizar, que cada
persona es un mundo, que las culturas también influyen en la forma de ser y
afrontar las cosas. Sí, cierto, pero estaréis de acuerdo conmigo (y a tenor de
las experiencias del resto de mis
amigos, la mayoría de ellos con personas ancianas a su cargo) que, con
todas las excepciones y matices que queráis, un recién nacido se comporta
dentro de unos patrones generales en cualquier parte del mundo, al igual que un
niño de seis años o un adolescente, pues hay un componente de desarrollo físico
y puramente cerebral que determina en muy buena medida nuestro comportamiento.
En los ancianos ocurre exactamente lo mismo, la
degeneración neuronal queramos o no queramos, es un hecho que no se ha podido
frenar. Nuestro cerebro se puede ejercitar, fortalecer, pero a un ritmo u otro,
nuestras neuronas mueren día a día junto con nuestra capacidad de razonamiento,
la cual disminuye de forma exponencial con la edad. Las conexiones neuronales
se pueden modificar, eliminar y crear en una mente joven, su cerebro así es
maleable y se amolda a las situaciones cambiantes, en un anciano esto no
ocurre, sus neuronas en buena parte han muerto por lo que, dónde el joven ve
maleza que se puede quitar sin mucho esfuerzo para abrir un nuevo camino, él
contempla un bosque de robles y espinos absolutamente impenetrable, menos aún
para sus ya cansados brazos. Por ello los ancianos son en su inmensa mayoría obtusos,
obstinados y difícilmente se les puede quitar una idea de la cabeza. Hemos de
entender que sólo les quedan ciertos caminos neuronales despejados, en muchos
casos llenos ya de maleza y al igual que un niño desesperará y se asustará si
se pierde en un bosque oscuro y profundo, a nuestros mayores les ocurre lo
mismo, si se les saca de su rutina se sienten desorientados y asustados.
Si alguien nos hubiera enseñado esta lección
desde bien pequeños, a cómo afrontarla emocionalmente, quizás en muchas casas
se hubieran evitado discusiones inútiles y malas convivencias por falta la
entendimiento entre las diferentes generaciones (al igual que con los niños o
los adolescentes, nadie nos prepara para tratar con ellos). Esa lección de cómo
funciona un cerebro envejecido, la necesitamos aprender para cuidar
correctamente de nuestros mayores y para ser conscientes de dichos cambios cuando
nosotros estemos al otro lado de la barrera y poder hacer más fácil la vida de
quienes nos rodeen en esos instantes. Es cierto que hay muchas cosas que se
pueden hacer para retrasar un hecho inevitable a día de hoy, de ahí la
importancia de ser conscientes de la degeneración de nuestro propio cuerpo, de
superar la soberbia de la juventud y prepararnos para lo que viene. Si fuéramos
más conscientes y ejercitáramos más nuestro cerebro, nos ahorraríamos muchas
mentes obtusas ya siendo jóvenes y tendríamos muy probablemente una sociedad
mejor.
Otra de las cosas importantes para entender a
alguien mayor que nosotros, y esto me sirve para cualquier salto
intergeneracional: un niño a un adolescente, éste a un adulto… es entender que
alguien mayor (y por supuesto siendo conscientes de que hay excepciones), tiene
una serie de experiencias de la vida que lo hacen ser como es y que han
cambiado su forma de ver el mundo, de afrontarlo y que tal y como es la vida,
difícilmente te lleva a una meta diferente del mayor de los desencantos por
este espectáculo barato llamado vida. Esto es algo que con la acumulación de
años vas aprendiendo. La mayor parte de las personas, más pronto o más tarde
nos decepcionan, la sociedad hace lo mismo y en un país tan desesperante en su
gobierno como es España, se acentúa aún más. A mitad de camino consiguen, entre
unos y otros, que dejes de creer en nadie y en nada.
Si a eso le juntamos que la mayor parte de
nuestras perspectivas vitales se frustran, de que casi nadie apenas consigue
obtener un mínimo porcentaje de todo eso que los medios insisten en llamar
felicidad y que por el camino vamos muriendo poco a poco a medida que vamos
enterrando al puñado de seres queridos a quienes amamos verdaderamente… Al
final del camino sólo nos queda tristeza, soledad, amargura, rencor y/o
cinismo. Los que hemos estado a cargo de los mayores, también hemos de entender
este último hecho: al igual que cuando nosotros somos pequeños reclamamos la
atención absoluta de nuestros padres porque no tenemos a nadie más, ellos hacen
lo propio respecto a nosotros, incluso multiplicado por la cifra que queráis,
cuando sienten que el momento de partir se va acercando, no puedo imaginar peor
muerte que el expirar en soledad. Si alguien nos explicara desde bien jóvenes a
que hemos venido en verdad a este mundo, nos ahorraríamos muchas de estas
decepciones, de esos malos tragos y afrontaríamos de forma diferente los golpes
de la vida, evitando que nos afectara a nuestro carácter, entenderíamos mejor a
nuestros mayores y aprenderíamos a dejar su espacio a quienes se encargan de
nosotros cuando estemos en el otro lado de la línea.
Una vez analizada, aunque sea muy por encima, la
naturaleza humana de la vejez hemos de abordar el otro gran aspecto de la
misma, el cómo afronta la misma la sociedad. Hay sociedades que supuestamente
veneran la sabiduría de los mayores como la japonesa o la china, y digo
supuestamente por desconocimiento absoluto de si en verdad eso es así, si es sólo
un mito creado o como pasa por desgracia en mi país, una buena costumbre del
pasado que se pierde con las nuevas costumbres que nos trae la “modernidad”. En
España, hasta hace no muy poco, era inconcebible para la mayoría de sus
ciudadanos que la familia no cuidase de los mayores hasta el día de su muerte,
raro el caso en que una persona anciana no falleciese en casa rodeada de los
suyos, como era impensable no levantarse y ceder el asiento en un autobús a una
mujer embarazada, no hacer caso y respetar a los adultos, respetar la palabra
dada sin necesidad de que mediase una papel firmado por medio, el ayudar a
nuestros vecinos…
En muchos casos y sobre todo respecto a los
modales y el civismo, sí que estoy de acuerdo (en otros aspectos de la vida no
puedo estarlo) con esa frase del insigne poeta Jorge Manrique de: “cualquier
tiempo pasado fue mejor”, de sus poemas: Coplas a la muerte del Maese Don
Rodrigo, su padre y que nos da un maravilloso reflejo del pensar de la mayoría
de nuestros mayores:
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Hoy en día, ese civismo se ha perdido en gran
medida y con él buena parte del sentido de obligación de cuidar de nuestros
mayores. También es cierto que la vida
“moderna” nos empuja a un conflicto difícil de llevar con la vejez que hemos de
afrontar hoy en día. Sí, porque la vejez de los mayores de hoy es muy diferente
a la que tuvieron que afrontar nuestros padres o incluso nuestros abuelos.
Pensad que a principios o mediados del siglo XX la esperanza de vida era
bastante menor que la actual, una persona de 70 u 80 años era “muy vieja”, hoy
se la considera aún activa y relativamente “joven”. Los mayores de antaño
solían fallecer relativamente sanos y autónomos hasta contraer la enfermedad
que los llevaba al otro lado de la orilla… Las terribles enfermedades
degenerativas como el Alzheimer, la demencia o las invalideces graves eran poco
comunes, pues han sido más comunes al empezar a vivir hasta los 90 o incluso
los 100 años. Las personas mayores de las que nos tenemos que hacer cargo hoy
en día presentan, muchas de ellas, enfermedades para las que no estamos
preparados los familiares y que requieren dedicación exclusiva de uno o incluso
dos miembros de la familia. Eso junto con el hecho de que pocas familias se
pueden permitir el lujo de tener una de sus miembros en el paro hace que los
conflictos surjan por doquier.
Es, permitirme la expresión, muy jodido ir a
trabajar y atender a una persona mayor cuando vuelves, satisfacer su
persistente necesidad de atención, sus “rarezas” derivadas de su ya cada vez
menos flexible cerebro, su malhumor habitual por querer y no poder hacer casi
nada por sí mismos. Lo sé muy bien, pues he vivido así casi diez años, aunque
también es justo reconocer que he disfrutado mucho en muchas ocasiones, el
escuchar historias de antaño, en conocer otras formas de vivir y sentir, el
saber de primera mano cómo era tu propia ciudad hace noventa años noventa o
conocer de primera mano acontecimientos históricos de alguien que los vivió…
¡no tiene precio para alguien como yo que ama la historia!
¿Sabéis qué? No me arrepiento de haberlos cuidado,
uno ha de hacer lo que ha de hacer y lo que le dicta su conciencia y al final
siempre prevalecen los buenos recuerdos. Es un desperdicio inmenso no escuchar
lo que tienen que decir, sobre todo de la vida, son muchas las lecciones que
aprender pues ellos han pasado ya por casi todo lo que nos podamos imaginar,
hay que ser estúpido para desperdiciar ese legado y aprender de los errores que
ellos han cometido. Quizás muchos penséis y con razón, que en ciertos aspectos
tenga mentalidad de otra época a pesar de mis cuarenta y pocos años. No me
avergüenzo de ello, más bien todo lo contrario. Nosotros no podemos tener
queja y teníamos que devolver lo que antes se nos había dado, es otro de esos
conceptos de antaño que tengo grabado a sangre y fuego en mi forma de ser: “De
bien nacido es ser agradecido”.
Con esto no quiero juzgar a nadie y lanzar una
visión idealizada de los ancianos. Hay casos para todos los gustos: Familias para
las que simple y llanamente es imposible cuidar de sus mayores en casa por tener
enfermedades graves como la demencia o estar encamadas de por vida... No
tenemos ni la capacidad ni los conocimientos médicos para cuidarlos tal y como
se merecen. Muchos otros se deshacen directamente de ”los viejos” porque les
molestan en sus “vidas”. Y por supuesto, y aunque sea incorrecto decirlo,
existen ancianos que directamente no se merecen que se les cuide por lo que han
hecho en vida. La vejez no da la venerabilidad. De nuevo aquí, al igual que
respecto a las razas, el sexo o las ideologías, lo que importa no son los años
que tengas, si no quién eres o has sido. El respeto y la admiración se han de
ganar, no se regalan con la carta de jubilación. Un ejemplo extremo de lo que
digo es la reciente noticia de la detención de Michael Karko de 98 años en
Minnesota, quién fue antaño comandante de las SS y carnicero en Lublin,
Polonia, dónde arrasó decenas de pueblos
y asesinó a centenares de personas… A pesar de todo, no tengo duda de
que los mayores tratados de forma injusta y que han sido abandonados a su
suerte, son infinitamente más que los que se merecen un fin rodeados de soledad
y olvido.
En resumen, y tal como avanza la sociedad y la
esperanza de vida, todos deberemos pensar mucho en cómo afrontar este desafío
que cada vez será mayor, que medidas podemos tomar como sociedad para ayudar a
las familias a cuidar de sus mayores, La ley de la dependencia aprobada en
España fue un gran paso, por desgracia vacía en buena medida de peso
presupuestario porque el dinero de todos se lo han llevado para su disfrute
personal, una clase política y empresarial corrompida en buena parte hasta la
médula. Quizás dichos planes para ocuparse de los mayores no sean necesarios y
la ciencia nos libre de la vejez en pocos años, pues al parecer se están
dedicando ingentes sumas de dinero para encontrar “la cura”. Los ricos quieren
seguir siendo jóvenes y hoy en día no es una quimera inalcanzable conseguir la
juventud eterna. Mientras ésta llega, pensemos todos un poco más y escuchemos
con un poco más de atención la voz de la sabiduría, que es la de nuestros
ancianos.
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