Quienes me conocéis sabéis de
mi pasión por la historia y los misterios. Tras leer mucho sobre nuestros
antepasados y las civilizaciones antiguas, he de confesaros que buena parte del
relato oficial de cómo transcurrió la historia no me encaja e incluso me parece
inverosímil. Poco a poco los nuevos descubrimientos van torciendo de forma
tozuda el brazo de la ortodoxia científica más rancia, esa que desprecia a la
religión y que sin embargo se comporta como ella, atacando y destruyendo a todo
aquel que se atreve a dudar de lo que esas “mentes preclaras” han establecido como
la verdad absoluta.
No me malinterpretéis, no se
puede dar validez porque sí a la primera teoría que se presente, es sano dudar
de todo… incluido lo establecido como la verdad. Pero en demasiadas ocasiones
se obvian, tapan o desprestigian hechos irrefutables que desmienten lo
establecido. Ese miedo acérrimo a aceptar las evidencias aplastantes que nos
llevan a entrever un relato diferente de la historia, por muy increíble que
sea, es lo que hace que dejen de ser científicos y sean fanáticos de una nueva
religión. Como bien me dijo mi profesor de Química cuántica: “El verdadero científico es aquel que duda de
todo, en especial de lo que se da por verdad”, a veces, como diría Conan
Doyle en boca de Sherlock Holmes: "Una
vez descartado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, debe ser
la verdad".
Con éste artículo quiero
empezar a realizar un pequeño recorrido por nuestro pasado tratando de que
entendáis mis dudas. Espero que los leáis con la mente abierta y de forma
objetiva, analizando los hechos dejando aparte los prejuicios que nos han
implantado desde pequeños. Como todo buen relato, éste ha de empezar desde el
principio. Lo que quiero que entendáis en este artículo es la mentalidad tan
obtusa de la ciencia, que para mí como científico que soy (soy químico) me
parece tan aberrante y que aunque no os lo parezca, existen intereses
económicos tras los ataques furibundos a las nuevas teorías que tienen un
fundamento científico que al menos se debería tener en consideración antes de
refutarlo. Hoy os hablaré de los Neandertales.
Os pongo en antecedentes. A
día de hoy se sabe que hubieron otras especies humana: los Demisovianos y los
Neandertales, ambos fueron anteriores a nosotros, los sapiens-sapiens, y de los
que se cree que vivieron entre el 230.000 al 28.000 a.c. Me centraré en los
segundos. Se llamaron así porque sus primeros restos fueron descubiertos por el
arqueólogo Johann Karl Fuhlrott en 1856 en la cueva Feldhofer en el
valle de Neander, cerca de Duüsseldorf, Alemania. En verdad se descubrieron dos
restos con anterioridad, uno en Bélgica y otro en Gibraltar, pero no se les
hizo caso hasta después del descubrimiento de Fuhlrott.
No sé si conoceréis que a
mediados y finales de la década de los 90, en las facultades de arqueología e
historia de todo el mundo se aseguraba que los Neandertales eran poco más que
monos. No eran humanos, no podían serlo, ¿Cómo
va a haber otra humanidad diferente a la sapiens? Se estiraban de los
cabellos los pro-hombres de la ciencia de la época, aquello echaba por tierra
sus teorías evolutivas. Se afanaron a representarlos con características
simiescas, con aspecto de salvajes y sin rasgo alguno de inteligencia como en
la imagen. Había que cortar de raíz aquella “estúpida teoría). Algunos
valientes siguieron atreviéndose a afirmar lo contrario, los Neandertales eran
humanos e… ¡inteligentes! Esos mártires de la ciencia fueron masacrados,
humillados y vilipendiados por la ortodoxia. ¡Eran poco más que unos locos!
Aunque aún no disponían de demasiadas pruebas, las evidencias eran sólidas: Se
habían encontrado enterramientos donde los cuerpos habían sido depositados y no
arrojados e incluso en las tumbas se habían encontrado evidencias de flores
(como en la tumba de Shanidar, Irak) y herramientas (Como el útil triangular de
sílex encontrado sobre el esqueleto del niño de dos años de Dederiyeh, Siria).
¿Qué mono entierra a sus muertos y les deja ofrendas? ¿Qué mono hace joyas,
utensilios y abalorios? El sentido común decía que no eran monos, pero la
oficialidad seguía impasible a los gritos que proferían desde sus tumbas los
hombres de Neander: ¡Somos humanos!
Utensilios encontrados en tumbas Neandertales |
Reproducción forense de los restos de Neandertal encontrados en La Chapelle aux Saints a cargo de Fabio Fogliazza del Laboratorio de Paleontología del Museo de Historia Natural de Milán. |
Entonces se les tacho de
retrasados, se aseguró sin pruebas que no hablaban e innumerables sandeces más
que no voy a dignificar en comentar. Llegó la reconstrucción facial forense y
se demostró que su aspecto no era el que nos habían descrito. Era cierto que
había diferencias, ellos tenían una morfología muy particular en su cráneo:
presentan un torus supra-orbitario muy marcado, la cara muy prognata, apertura
y cavidad nasal de gran tamaño, frente baja y cráneo alargado. Los dientes
tienen un tamaño muy reducido, y una mandíbula sin mentón...
Luego llegaron más
descubrimientos: se maquillaban, usaban collares de conchas y se vestían con
ropajes emplumados lo que demostraba que tenían pensamiento simbólico y ante el
peso de las pruebas cedieron, son humanos a los cuales conquistamos e hicimos
desaparecer porque somos “mejores” que ellos. Pero la historia no quedó ahí, el
mundo gracias a Dios está lleno de Quijotes, y algunos de ellos se atrevieron a
pronunciar la blasfemia de que nosotros y los Neandertales nos cruzamos. Como
os imagináis, el revuelo que se organizó fue de tamaño épico y los ortodoxos se
plantaron, por ahí si que no podían tragar.
Pero una vez más los
Neandertales se revolvieron en sus tumbas. Se descubrieron varios restos de
niños híbridos, como el niño de Lagar Velho. Y por fin llegó el ADN. Con el
proyecto Genoma Neandertal y los estudios de Svante Pääbo del Instituto Max
Planck de Antropología Evolutiva (Leipzig), se demostró que eran humanos, de
otra especie sí (Por ejemplo su ADN mitocondrial es significativamente
diferente al nuestro), pero humanos. Y lo más increíble: Nuestro genoma posee
no menos de un 6% de genes Neandertales, como los HLA, los antígenos que nos
permiten derrotar a los catarros. Otros estudios genéticos apuntan que incluso
hasta un 20% de nuestro genoma lo heredamos de ellos. Los quijotes tenían
razón, no los conquistamos. Nos mezclamos. ¿Porque os cuento todo esto? Por dos
motivos:
Svante Pääbo |
De nuevo muchos han puesto el
grito en el cielo, ¡No puede ser! ¡Esas obras de arte no pueden ser suyas!
Pero la datación de radiocarbono de los depósitos de calcio formados sobre las
pinturas es obstinada, como mínimo: 41.000 años. Por esas fechas al
Sapiens-sapiens ni se le esperaba en la península Ibérica, pero algunos sin
querer dar el brazo a torcer y sin evidencia alguna afirman que o las pruebas
son erróneas o ya estábamos aquí por esas fechas. La cerrazón de algunos es
digna de pasar a los anales de la historia, ellos no podían saber pintar,
aunque se hayan encontrado pigmentos de origen Neander cuya autenticidad ha sido
avalada por Paul Bahn, experto en arte
rupestre y miembro del Archaeological Institute of America.
Hay otros científicos, como João
Zilhão, que van más allá y afirman que esta es una prueba más de que el
Neandertal es en verdad una variante racial europea del Homo Sapiens. La
verdad, por mucho que traten de esconderla al final siempre saldrá a la luz.
Quizás ahora, si observáis vuestro alrededor con otros ojos, veáis la prueba
más definitiva de todas: junto a nosotros aún caminan hombres y mujeres con
esos rasgos nítidamente neandertales.
Con estos antecedentes de cómo
se comporta a veces la ciencia con las evidencias incómodas, quiero que leáis
el artículo de la siguiente semana que tratará sobre uno de los estudios más
polémicos sobre nuestra prehistoria: El hombre de Orce, descubierto por el
antropólogo vilmente vilipendiado a mi
entender, José Gisbert.
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